La avalancha que azotó al corregimiento de Puente Quetame, más exactamente en la vereda El Naranjal, es una simple muestra de la fuerza de nuestra naturaleza y que pone a prueba el valor y tenacidad del hombre
Desgraciadamente muchas vidas se perdieron en este humilde corregimiento, que tal como poéticamente lo dice el maestro Víctor Hugo Suarez (el comunero cantor) está ubicado a la mitad del camino entre el llano y la montaña.
Puente Quetame, es un caserío a la vera del camino, compuesto por cientos de casitas que aun conservan algo de la cultura colonial y en las que habitan personas emprendedoras, trabajadoras, campesinos laboriosos y mujeres lindas con ojos color de cielo.
El sagú, la cuajada, los amasijos de maíz o las deliciosas arepitas rellenas de queso o cuajada, acompañadas del delicioso café cundinamarqués son parte de la gastronomía de esta población, donde es muy común escuchar que se le dice al visitante. “Entre y jártese un tinto”.
El verde de sus montañas son un verdadero paraíso que adornan el paisaje, donde los arrayanes, los siete cueros y las más hermosas orquídeas florecen a la orilla de la gran cantidad de arroyuelos y quebradas que bañan la región.
El olor de la boñiga de las reses, el ladrido de los perros al notar que llega un viajero, cientos de hermosas aves revoloteando el cielo, pero sobre todo la incomparable sonrisa de una mujer quetamera, hacen de este municipio un verdadero remanso de paz en el pie de monte llanero.
Hoy, Quetame, el pueblo donde comienza el cielo, cuna de artistas que le cantan a región sembrando semillas de esperanza, es abatido nuevamente por la naturaleza implacable que no mira, edad, color, raza o estrato social, dejando a su paso un manto de tristeza y desolación.
Hace algunos años fue el terremoto que por poco acaba con el pueblo, ahora la avalancha de la quebrada Naranjal, no tiene contemplación y vuelve a marcar con dolor a esta gente humilde y trabajadora que no se rinde ante la adversidad, demostrando ante el país la fuerza de su raza.
Quetame, siempre vive erguida, altiva y señorial dispuesta a sobreponerse a las calamidades del destino, con valor, con orgullo y siempre atenta para recibir al viajero y con mucho cariño volver a decirle, “entre y jártese un tinto”
Quetame vive.